Se fue Milton, y con él se fue también la furia desatada del viento. Quedó la calma, pero una calma rota, llena de ruinas, de escombros y de memorias. Se fue Milton dejando al descubierto no solo las grietas del suelo, sino también las del alma. Donde antes rugía el mar, ahora hay un silencio pesado, como si la tierra misma guardara luto. Los árboles mutilados, las casas sin techos, los caminos anegados: todo parece un poema escrito con lágrimas y lodo. Y sin embargo, en medio de la devastación, el recuerdo de su fuerza quedará grabado como cicatriz en la historia reciente.

Camino por el Cerro y me parece estar recorriendo un campo de batalla. Las fachadas antiguas, que alguna vez fueron orgullo y elegancia, hoy se desmoronan poco a poco, sin necesidad de huracán que las empuje. Las lluvias que trajo Milton no hicieron más que mostrar lo que ya estaba quebrado. El agua se filtró en los muros gastados, en los techos rendidos, en las calles abiertas por el tiempo. Y allí, donde antes hubo asfalto, florece lo insólito: un huerto improvisado, una semilla que se aferra a vivir en la grieta del abandono.

El Cerro, barrio de historias, hoy es un paisaje después del desastre, aunque el desastre no venga del cielo, sino del hambre y el olvido. Las calles con nombres santos, como Santa Teresa, son testigos de la ironía: la miseria que busca redención sembrando en el asfalto. Un huertito en medio del camino, una planta que rompe el cemento como si dijera que todavía hay esperanza, aunque mínima, aunque verde y frágil.
Y yo sigo caminando, buscando qué poner en la cazuela, mientras pienso que Milton fue solo una metáfora. El huracán pasó, pero la verdadera tormenta sigue aquí: la de la escasez, la del desencanto, la del país que se deshace a pedazos. Quizá un día sembremos en todas las calles, quizá levantemos el pavimento para encontrar tierra. Quizá un día, cuando ya no quede nada más que sembrar, alguien escriba que el huracán no fue el fin, sino el comienzo de otro tipo de resistencia: la de sobrevivir entre las ruinas, haciendo crecer la vida donde solo había cemento.
