La crisis del agua en Cuba continúa intensificándose y deja al descubierto la incapacidad del gobierno para ofrecer soluciones efectivas a un problema que afecta a cientos de miles de ciudadanos. En medio de la desesperación por los prolongados cortes en el suministro, la vice primera ministra Inés María Chapman Waugh ha vuelto a recurrir a una de las frases más repetidas en el discurso oficial: “trabajar con cultura del detalle”. Esta consigna, que desde hace años acompaña la retórica gubernamental, se ha convertido en un símbolo del vacío de acción ante los graves desafíos estructurales del país.
Chapman, quien también fue presidenta del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos, aseguró que se están implementando medidas para mejorar el abasto en La Habana del Este, con la recuperación de bombas, válvulas y la reparación de salideros. Sin embargo, la realidad en los barrios contradice esas declaraciones. Más de 230,000 habaneros padecen afectaciones totales o parciales en el servicio, y en otras provincias los ciclos de distribución pueden superar un mes sin agua corriente. Muchas familias sobreviven gracias a camiones cisterna estatales que operan de manera irregular o al pago de servicios privados a precios desorbitados.
El concepto de “cultura del detalle”, heredado del discurso de Raúl Castro y repetido con frecuencia por Miguel Díaz-Canel, se presenta como un llamado a la eficiencia y la disciplina laboral. No obstante, en la práctica ha perdido todo sentido. La población lo percibe como una muletilla propagandística que intenta maquillar la falta de gestión y la ineficacia institucional. En los barrios más afectados, la frustración se traduce en inconformidad y en una sensación de abandono total.
No es la primera vez que Chapman genera polémica por declaraciones alejadas de la realidad cotidiana. En una ocasión propuso colocar televisores en las calles, conectados a grupos electrógenos, para que los vecinos pudieran seguir las orientaciones del gobierno durante los apagones. En otra, fue filmada junto a un pozo explicando cómo una “bombita de mano pintada de verde” podía resolver la escasez. Estas escenas, junto a su insistencia en frases vacías, han consolidado su imagen como representante de un poder que se distancia cada vez más de las necesidades reales del pueblo.
En un país donde el agua se ha convertido en un lujo, la “cultura del detalle” parece solo un eco de promesas incumplidas.