La convocatoria del equipo cubano al Clásico Mundial de Béisbol de 2023 estuvo marcada por tensiones, promesas incumplidas y un trasfondo político que volvió a dividir a la afición dentro y fuera de la isla. Lo que en principio debía ser un evento deportivo histórico —la inclusión de jugadores cubanos activos en Grandes Ligas bajo la bandera nacional— terminó convirtiéndose en una muestra más de cómo la política interfiere en el deporte cuando se trata de Cuba.
Entre los protagonistas del proceso estuvo el lanzador Yoan López, quien formó parte del grupo inicial de peloteros MLB dispuestos a representar a la selección. Según su testimonio, desde el primer momento existió un acuerdo claro entre los jugadores y la Federación Cubana de Béisbol (FCB): no permitir la manipulación política durante el torneo. Los atletas exigieron respeto y neutralidad, dejando claro que no querían verse envueltos en actos propagandísticos, ni participar en abanderamientos donde aparecieran representantes del gobierno.
El compromiso parecía firme. La Federación aseguró que se mantendría la línea de “cero política”, pero el pacto se rompió poco después. Semanas antes del evento, se realizaron actos públicos en el estadio Latinoamericano donde funcionarios del partido y del gobierno asistieron para saludar al equipo, aprovechando la ocasión para hacer discursos políticos. Ese gesto, aparentemente simbólico, fue suficiente para generar malestar entre varios jugadores, quienes vieron en ello una traición a lo acordado.
Yoan López decidió entonces renunciar a la convocatoria, argumentando oficialmente que se centraría en sus compromisos con el equipo japonés Gigantes de Yomiuri. Sin embargo, sus declaraciones posteriores revelaron que su decisión tuvo relación directa con el incumplimiento de la FCB. Según él, si los dirigentes cubanos continuaban imponiendo símbolos o consignas, muchos otros habrían seguido su ejemplo y el equipo habría quedado sin figuras importantes antes del torneo.
La situación dejó al descubierto una realidad que muchos prefieren ignorar: en Cuba, el deporte y la política continúan entrelazados. A pesar del talento y del deseo de competir de los jugadores, las decisiones institucionales siguen respondiendo a intereses ideológicos más que deportivos. El resultado fue un equipo marcado por la división y la desconfianza, y una oportunidad perdida para demostrar que el béisbol cubano puede unir a todos sus hijos sin condiciones políticas ni censura.